El tio lobo y su sobrino conejo
El tío lobo y el sobrino conejo
Había una granja bien cultivada de un campesino honesto, quien
notó que las legumbres de su huerto estaban en ruina, es decir, destrozadas las
hojas de lechuga, de coles y nabos. Cierto día, el hortelano trató de
investigar el motivo del daño. Hizo su escondite en un lugar frondoso de la
finca y, armando una trampa, consiguió tomar
prisionero al sobrino conejo. El hortelano, lleno de cólera,
amarró por las patas al conejo y, sujetándolo contra un árbol, partió a caldear
un chuzo para sancionar al animal.
El conejo, que esperaba este severo se asoma su tío lobo, quien,
curioso, le pregunta por su suerte.
El astuto conejo le contesta:
—¡Ah, tío!... me amarraron para que asista a un fiesta en donde
habrá baile, salchicha
y buen vino, pero como a mí esas cosas no me gustan, prefiero que
me cojan preso.
—¡Qué tonto eres, sobrino! — contestó el lobo. —Yo, que ando sin comer,
iría gustoso a ese banquete.
—¡Qué bien! —dijo el conejo. —Sabía que te gustaba y por eso te
dedico este regalo…
Bueno, záfame estos amarres y acéptame el brindis de familia.
El lobo no se dejó esperar. Abrió el cordel y puso en libertad al
conejo. Luego el conejo amarró con la misma piola a su tío.
—Gracias, lobito bobito —dijo el conejo y, sonriendo se despidió
deseándole una buena fiesta. Minutos después llegó el hortelano con el fierro
caldeado y dijo:
—Ah, ¿tú eres el conejo? ¡Ahora, friégate por pendejo!
El fuego lacró las piernas de tío lobo. Los alaridos funestos
podían oírse hasta el
lugar donde reía a mandíbula batiente su sobrino. El hortelano dio
la libertad al lobo
y le aconsejó no volver por ese lugar.
El lobo juró vengarse de su sobrinoy, patojeando, siguió sus
huellas hasta que le encontró sobre una colina. El lobo díjose “Ahora no te
—¡Tío lobo! ¡Tío lobo! Aquí tengo una sorpresa para Ud. El
incrédulo lobo guardó silencio y no hizo caso. Pero el conejo le mostró desde
la altura una piedra que había envuelto con piel de borrego. No dejó de
tentarle al lobo tal oferta.
—Bueno, —dijo el lobo. —Si es así, dámela y te perdono.
El conejo dijo:
—Allí va, tío lobo.
Y la soltó desde la altura. El atado, que venía rodando por el
plano inclinado, tomaba
velocidad. El lobo, que se aprestaba a cogerlo, sufrió un golpe
atroz, y murió de contado.
En esta forma el conejo libró su pellejo y hoy vive lleno de
alegría en los páramos de la Sierra andina.
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